La semana pasada tuvieron lugar los conciertos en Madrid y Valladolid del Terry Oldfield & Carlos Garo Tour, para presentar nuestro disco conjunto Sky Dancer. Aunque entre una y otra actuación solo pasaron 24 horas, las dos noches no tuvieron nada que ver. Eso sí, fueron memorables y pusieron de manifiesto que la música es algo vivo y que es un canal de expresión de los artistas con el público.
Siempre es emocionante volver a un escenario y más si es una sala mítica como la de Galileo Galilei de Madrid. Compartir vivencias y ensayo con Terry Oldfield ha sido increíble, pero lo que me ha dejado mejor sabor de boca ha sido la magia que se creó en el escenario, los dos solos con el público tan cerca. Fue muy bonito.
Es importante para un artista que el público esté entregado para que toda la improvisación que surge en el escenario se convierta en esa serie de momentos mágicos que no se repetirán jamás.
Para un artista es más fácil estar arropado por otros músicos, pero en la sala Galileo Galilei solo éramos Terry y yo. Teníamos que entretener al público durante una hora y media sin ningún tipo de apoyo de imágenes ni luces, arriesgándonos con el impulso de un estilo casi extinguido.
El público aplaudió con entusiasmo después de cada tema. En el setlist del concierto figuraban canciones de Terry y Mike Oldfield, concretamente, el único tema que pudimos recuperar del grupo Barefoot (Pies Descalzos), el conjunto que los hermanos fundaron antes del mítico disco Tubular Bells. Lógicamente, también tocamos canciones de Sky Dancer y, por petición del público, recuperamos “Desert”, la canción de mi segundo álbum que resultó finalista en los Hollywood Music In Media Awards.
Como anécdota divertida, durante la actuación Terry se descalzó debido a un fallo con su pedal Loop. A él le parecía más cómodo tocar sin zapatillas, así que yo me uní a la causa de los barefoot y le acompañé. Arrojé las zapatillas al aire y me dejé llevar por la improvisación y por las sensaciones que el público transmitía. Fue algo parecido a desmelenarse.
Al acabar el setlist del concierto e incluso los bises que teníamos preparados, el público se puso en pie y nos pidió otra canción. No nos quedó más remedio que pedir a los fans que eligieran ellos la canción. Improvisamos totalmente el tema: un diálogo entre la guitarra y la flauta.
Al día siguiente nos desplazamos a Valladolid y, después de atender a los medios vallisoletanos, llegamos al maravilloso Teatro Concha Velasco. Fue una noche muy distinta a la anterior. El lugar era mucho más grande y el backstage era impresionante, con ducha, plancha, vestuario, etc. Sin duda, el mejor sitio en el que he tocado, con unas bonitas luces de apoyo y una imagen cambiante muy espiritual.
El público estaba a mucha distancia del escenario. El gran silencio que se respiraba transmitía una energía muy especial. Podíamos sentir a la perfección cómo crecía cada nota y se apoderaba del espacio. Hicimos un bis y, al terminar, el público no dejó de aplaudir, así que volvimos al escenario e improvisamos dos bises elegidos por la gente que vino a vernos.
Sin duda, dos noches distintas e irrepetibles.